El artículo viene de: Ascensión al Monte Ararat (5.137 m) (I)
Por Miguel del Monte
Segundo día
Amanece el nuevo día con un sol radiante. No se madruga ya que el desayuno está programado para las 8 de la mañana. La noche no ha sido fría y, en general, hemos pasado calor dentro de nuestros sacos. A las 09.15 partimos del campamento 1. Pronto dejamos los pastos para introducirnos en un terreno de roca y arena fina. La ladera se empina pero el sendero por el que ascendemos hace abundantes zetas, por lo que se remonta con comodidad. Subimos despacio haciendo numerosas paradas. No tenemos ninguna prisa, simplemente subir y disfrutar. Junto a nosotros pasan numerosas caravanas de caballos que portean material al campamento 2. A medio camino, entre los dos campamentos, hay instalado un puesto donde se pueden comprar refrescos y alguna cosilla más. Está guardado por un muchacho que vive allí permanentemente durante la temporada estival. A las 12.30 alcanzamos los 4.000 m y nos detenemos para comer el picnic que nos han dado. Como con ganas pues siento apetito. En general, todos nos encontramos bien y nadie presenta signos aparentes de tener problemas por la altura. Estamos muy cerca de las primeras tiendas del campamento 2. Antes de iniciar el descenso pasamos una hora sentados al sol que, a pesar de la altura, calienta nuestros cuerpos. A las 15.00 ya estamos nuevamente en el campamento 1. Nos aseamos y tomamos un té con galletas y frutos secos. Una hora más tarde, aproximadamente, caen unas gotas que nos obligan a refugiarnos en nuestras tiendas. Cuando llega la hora de la cena salimos hacia la tienda comedor y vemos acercarse una tormenta. Confiado me voy al arroyo para lavar las manos y cuando estoy terminando comienzan a caer grandes gotas de lluvia. Corro hacia la tienda comedor que está a escasos 30 m de mí y cuando llego tengo el forro polar empapado. Graniza durante unos minutos y cesa. No llueve más.

Tercer día
A la hora del desayuno tengo bastante apetito por lo que como abundantemente y a las 08.45 salimos de nuevo hacia el campamento 2. Subimos tranquilamente y, a medio camino, nos pasa la caravana de caballos que transporta nuestro material. A las 13.00 llegamos al campamento 2, donde ya están instaladas nuestras tiendas. Es una zona relativamente llana, cubierta de grandes bloques de roca volcánica, con pequeños espacios que han sido limpiados para poder instalar las tiendas y está situado a unos 4.200 m. Tomamos un té con galletas, chocolate y frutos secos. A las 14.00 me voy a la tienda a descansar. Duermo unos 45 minutos nada más ya que cerca se encuentran unos checos que no callan. A las 16.00 me levanto y comienzo a preparar el equipo para el día siguiente. Dos horas más tarde nos sentamos en la mesa para cenar y, pasadas las 19.00, nos vamos a la tienda para tratar de dormir lo máximo posible y descansar.
En la cumbre
Tardo algo en dormirme pero cuando me duermo lo hago profundamente, tanto que, a las 00.30 del nuevo día, me tiene que despertar mi compañero de tienda pues no me entero del movimiento que hay por el campamento. Salgo y compruebo que no hace mucho frío. Me visto y nos vamos para la tienda comedor. Desayuno bien. Se ha metido la niebla por lo que retrasamos un rato la salida. Pasadas las 01.30 vemos las luces de otro grupo que se pone en marcha. La niebla se está disipando y también nosotros nos disponemos para salir.
A la 01.45 de la madrugada comenzamos la marcha. Subimos por lo que denominan el Pico Negro: un espolón rocoso de fuerte pendiente que llega hasta las proximidades de la zona cubierta por la nieve. Ascendemos despacio pero a buen ritmo, deteniéndonos poco. Pronto un miembro del grupo se da la vuelta; ha tenido graves problemas de aclimatación en otra ocasión y tiene miedo a que se repitan. Subimos todos juntos y mis compañeros me dicen que me ponga el primero, justo detrás del guía, cosa que les agradezco pues así puedo mantener mejor el ritmo pausado pero continuo que me gusta llevar. Sopla un fuerte viento que nos azota constantemente y, poco a poco, a la luz de nuestros frontales, vamos subiendo el empinado Pico Negro, que es un laberinto de grandes rocas. Cuando comienza a amanecer estamos ya muy altos, prácticamente en la parte alta del Pico Negro. A partir de aquí la pendiente se suaviza y, un poco más arriba, nos detenemos en un pequeño collado, un poco por debajo de donde comienza la nieve. El viento sigue soplando con fuerza y aprovecho la parada para ponerme el chaleco de pluma y los guantes.

Ascendemos el corto trecho que nos separa del casquete nevado y nos detenemos para ponernos los crampones. Yo traigo unos Grivel de correas que tengo desde hace más de 40 años. Todos terminan de ponérselos rápidamente mientras que yo estoy amarrándome aún el segundo. Pablo llega junto a mí para ayudarme pero se desespera y quiere atármelo alrededor del tobillo. No me extraña, la gente tiene frío y sopla un fuerte viento; yo le agradezco la ayuda. Termino de atarme el segundo crampón y partimos hacia la cumbre. Parece que nos han dado una inyección de energía pues ahora caminamos deprisa, diría que muy deprisa para estar por encima de los 5.000 m, pero nos encontramos bien y es un placer caminar por esa superficie helada y poco pendiente. El hielo tiene una capa superior quebradiza, como si fuera escarcha. Pienso que es el hielo que se forma al contactar las espesas nubes con el frío suelo nevado. Cuando estamos en el “plateau” nos cruzamos con el grupo que iba delante de nosotros y que ahora baja de la cumbre. Nos dicen que casi no pararon pues sopla mucho viento, como lo hace aquí en el “plateau”. Continuamos hacia la cima remontando, sin detenernos, la pequeña pendiente que nos separa de ella. El sol comienza a asomar por encima de la arista cimera e ilumina todo con unos resplandores maravillosos. La mayoría de los que formamos el grupo llegamos juntos a la cima. Nos felicitamos mutuamente y hago fotos sin cesar. Son las 06.20 de la mañana por lo que constato que hemos subido en menos de 5 horas. Ahora, aquí arriba, no sopla el viento por lo que se está muy bien. Mi alegría es grande y me encuentro perfectamente. Voy de un lado para otro haciendo fotografías a todo y a todos. Veo que por la ladera se acerca un compañero que ha quedado un poco rezagado y bajo para abrazarle y darle ánimos en los pocos metros que le faltan. Un poco más abajo observo que viene Pablo acompañando a otro que sube algo más despacio. Bajo hacia ellos, los felicito y juntos subimos hasta la cumbre donde todos disfrutamos un largo rato del magnífico momento y del espectacular paisaje que nos rodea: hacia el sureste asoma tímidamente, sobre un amplio mar de nubes, la cumbre del pequeño Ararat y más allá las tierras iraníes; hacia el norte, una amplia arista redondeada gira a la derecha, formando una “C” con una cumbre secundaria que se funde con las algodonosas nubes; hacia el oeste, se extiende el amplio “plateau” por el que hemos subido y, al sur la meseta donde se encuentra Doğubayazit. En la cumbre se está muy bien pues apenas sopla una suave brisa y el sol luce majestuoso, pero el tiempo pasa y es hora de bajar. Vemos como llega otro grupo al “plateau” y se detienen allí. Es donde más sopla el viento. Cuando llegamos junto a ellos y les decimos lo bien que está la cumbre, continúan subiendo mientras nosotros entramos nuevamente en la vorágine del viento.

El descenso del empinado Pico Negro es delicado por los caóticos bloques de roca y las pequeñas planchas de hielo que, de vez en cuando, aparecen entre las rocas. Bajamos con mucho cuidado y prestando mucha atención por este laberinto de roca. A las 9.00 estamos de regreso en el campamento 2 y nos vamos directamente a la tienda comedor para degustar un opíparo desayuno. Estamos un buen rato reunidos alrededor de la mesa hasta que Orhan nos apremia para que vayamos a recoger las cosas y prepararlo todo para bajar al campamento 1.

Cuando nos ponemos en marcha ya están cargando los caballos con todos nuestros bultos. Bajamos cansados pero felices. Nos detenemos, en el puesto intermedio, para tomar una cerveza y comprarle algún recuerdo al muchacho, que bien merece que le hagamos algún gasto ya que pasa toda la temporada viviendo ahí, dentro de una miserable chabola hecha con piedras y lona.
Aproximadamente, a las 14.00 llegamos al campamento 1. Todos nos vamos al arroyo para darnos un buen lavado. El agua está fría pero es agradable meterse en ella después de lo que hemos caminado; además, hay un sol radiante y hace mucho calor.
Fresco y limpio, trato de buscar una sombra para sentarme, pero el sol cae tan de plano (vertical) que no hay sombra alguna, por lo que me meto en la tienda con los pies fuera. Parece que estoy en un horno pero es la única sombra de la que dispongo en muchos cientos de metros a la redonda.
Tengo hambre y como veo que ya ha pasado la hora de la comida sin que nos la ofrecieran, comento con los compañeros que podíamos comer algo de lo que hemos traído. Así, a las 16.00 nos ponemos alrededor de la mesa sobre la que van cayendo toda clase de embutidos, quesos, frutos secos y chocolate. Todo un festín. Orhan nos dice que hacia las seis de la tarde nos pondrán la cena, a lo que le contestamos que por qué no la sacan ahora que ya estamos comiendo, pues luego ya no tendremos apetito. Al poco tiempo nos traen un agradable guiso de cordero con abundante arroz blanco y patatas fritas. Lo devoramos como si lleváramos un mes sin comer. Pasamos el resto de la tarde charlando y tomando té.
Como anécdota de la jornada decir que Orhan nos fue felicitando uno a uno y cuando llegó mi turno dijo:
– ¡Felicidades!, me has hecho perder una cena.
Luego, tras la cena, se armó un poco de cachondeo pues la gente empezó a meterse con él diciéndole que era un primo y que lo nuestro era “el timo de la estampita”. Orhan decía, dirigiéndose a mí:
-Tú venías el último y parecía que no podías ni con las botas.
Los demás le decían:
– Eres un inocente, estos ya lo traían preparado.
Cuando anochece refresca bastante y nos vamos a la tienda para dormir.
Descenso y viaje a Estambul
Por la mañana sopla el viento y la cumbre está cubierta por un sombrero de nubes que se desplazan a gran velocidad, lo que indica que hay un fuerte viento en altura. Es curioso pues las nubes se van formando por el este y se rompen en jirones por el oeste permaneciendo, aparentemente, inamovibles en la cumbre. En estás condiciones creemos que hoy nadie va a poder hacer cima.
Hacia las 09.15 comenzamos el descenso. Bajamos tranquilamente, sin prisa, pero sin detenernos. Cuando llegamos a donde nos esperan las furgonetas ya tienen cargados todos los petates por lo que montamos y nos vamos hacia Doğubayazit. En el hotel nos reciben con una copa de vino y zumo que degustamos mientras nos asignan los aposentos. Subo a la habitación y me doy una buena ducha. Recojo las cosas y bajo a la gran sala que hay a la entrada del hotel donde están varios compañeros. Tomo una cerveza y, como se está haciendo tarde, pedimos tres pizzas troceadas, para compartir, que nos saben a gloria.
A las 15.30 salimos para ir a visitar el palacio que hay por encima de la ciudad. Pasamos junto a un cuartel en el que se ve abundante material bélico. El palacio está muy bien arreglado y vale la pena la visita. Luego subimos al cementerio para ver unos hermosos mausoleos con ataúdes de madera tallada, muy bonitos, uno de los cuales pertenece a un famoso escritor oriundo de la zona.
Bajamos a la ciudad, damos un paseo por la calle principal y tomamos un refresco a la espera de que se haga de noche para poder cenar, pues estamos en el ramadán y no se come hasta que ha anochecido. Hacia las 20.00 nos sirven la cena; vamos al interior del restaurante para ver lo que hay y escoger lo que más nos apetece. Hay gran variedad y es todo muy apetitoso. Cenan con nosotros Orhan, Ramazon, que es el segundo guía, y Faruk, nuestro cocinero. Después nos vamos a tomar un té con unos dulces que van a buscar a una pastelería. Están muy ricos, son de almendra con cabello de ángel y bañados con almíbar. Regresamos al hotel donde estamos de conversación hasta la medianoche; Orhan nos pide una opinión de la ascensión y él es el último en darla. Es cuando comenta lo de la apuesta y dice que le engañé totalmente.
A la mañana siguiente viajamos hasta Igdir desde donde, a las 13.00, volamos a Estambul. Una parte del grupo continua viaje hacia España mientras que otros nos quedamos un día más en Estambul. Nos alojamos en el hotel Dara; la habitación es pequeña pero está bien y el hotel se encuentra cerca de la mezquita Azul, la cual vamos a visitar. Seguimos para ver Santa Sofía pero ya está cerrada. Bajamos hacia el Puente Galata donde cenamos y regresamos andando al hotel. Por la mañana, vamos a Santa Sofía, al Bazar de las Especias, al Gran Bazar y a la mezquita de Suleiman. Comemos y nos vamos para el aeropuerto en la furgoneta de la organización, para volar hacia Madrid a donde llegamos a las once de la noche, hora española. Recogemos el equipaje y vamos en busca de nuestro coche al aparcamiento El Gato Azul. Sin perder tiempo salimos para Oviedo a donde llegamos cerca de las 6 de la mañana.

Reflexiones finales
Ciertamente en la cumbre del monte Ararat no encontré “El Arca de Noé” pero sí a un entrañable grupo de personas felices por poder abrazarse en lo más alto de la montaña y, sobre todo, me volví a encontrar a mí mismo, con mis temores, mis dudas y limitaciones y con todo lo que conlleva el superarlas y superarse a uno mismo. Es lo que hace realidad la frase de que “recorro montañas para vivirlo, no para contarlo” aunque al final os lo acabo contando para haceros partícipes de mi experiencia y felicidad, a la vez que vuelvo a revivir los momentos pasados en la montaña.
Hace muchos años que comencé a escribir “para mí” mis viajes, ascensiones y lances cinegéticos, tratando siempre de ser lo más fiel posible a la realidad por mí vivida, reflejando mis sentimientos y estado anímico del momento. Esto siempre me sirvió para revivir los hechos cuando los escribo, releyendo las notas que tomé durante el desarrollo de la actividad. Con el tiempo, las he ido releyendo y me han permitido disfrutar nuevamente de mis propias experiencias y rememorar tiempos que no volverán, pero que fueron como fueron. A veces me apetece quitar alguna cosa pero nunca lo hago, pues allí está lo que fui, viví y sentí en aquellos momentos. Todo aquello que me fue formando en el tiempo y que dio lugar a lo que soy hoy. En la cumbre tengo un recuerdo muy especial para mis amigos Pedro y Marisa con los que he recorrido muchas montañas y aunque no están presentes físicamente sí lo están en mi corazón.
Autor: Miguel del Monte
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