Por Miguel del Monte
Alrededor de las montañas siempre existió un halo de misterio y muchas de ellas están cargadas de historias, mitos y leyendas, pero el monte Ararat destaca por ser referido como el lugar donde tocó tierra “El Arca de Noé” tras la gran inundación que cubrió toda la zona de Mesopotamia y que está documentada no sólo en La Biblia sino por los numerosos restos arqueológicos que confirman lo mencionado en ella. De estos restos arqueológicos destacan, a mí entender, las tablillas de barro que refieren la existencia de un hombre que construyó una gran nave para sobrevivir a la inmensa inundación que asoló las tierras conocidas. La historia o tradición señalan al monte Ararat como el lugar donde Noé, con su gran arca, tocó nuevamente tierra. Hay que tener presente que por aquella época y durante mucho tiempo en la antigüedad, se pensaba que el monte Ararat era la montaña más alta del mundo, por lo que es lógico que lo primero que emergiese de las aguas fuera esta hermosa montaña y, por lo tanto, el arca debió de arribar en su entorno.
Un viejo sueño
El monte Ararat, cuya denominación en turco es Ağri Daği, está situado en el extremo oriental de Turquía, muy próximo a la frontera con Irán de la que escasamente lo separan 13 km. El territorio donde se encuentra ubicado pertenece al antiguo Kurdistán que ocupaba parte de lo que hoy es Irak, Irán, Turquía, Armenia, etc. y cuyo espíritu está muy arraigado en sus habitantes que no se consideran turcos, sino que se sienten plenamente kurdos. Estos sentimientos encontrados entre turcos y kurdos generan, de vez en cuando, conflictos que llegan hasta los enfrentamientos armados. Por esta razón, la zona ha sufrido grandes restricciones para el acceso de cualquier tipo de “turismo”. Estas restricciones las pudimos comprobar “in situ” cuando un grupo de amigos, hace algunos años, nos propusimos realizar la ascensión de esta mítica montaña. Todas nuestras ilusiones se desvanecieron cuando nos informaron que la región estaba completamente cerrada al turismo.
La montaña, de origen volcánico, es considerada como la mayor altura de Asia Menor. Asentada fuera de cualquier gran cordillera, se yergue a 5.165 m como una gran pirámide aislada que surge de una llanura situada a 1.800 m. Tal diferencia de altura con el entorno que la rodea convierte su silueta, dibujada contra el cielo, en una visión extraordinaria. Su único vecino, el pequeño Ararat, que sobrepasa en poco los 3.000 m, no hace otra cosa que engrandecer el perfil de su hermano mayor.
Hace un par de años hablando con mi amigo Pablo, guía de TocandoCumbre, me comentó que estaban tratando de organizar la ascensión al monte Ararat, dado que las autoridades turcas habían abierto su acceso. La idea de poder visitar la zona e intentar su ascensión despertó en mí interior los sueños latentes de antaño y le pedí que, en cuanto tuviera algo definido, me avisara. A principios de 2015 me comunicó que tenían concretada la actividad y que ofertarían, en su catálogo de actividades, dos posibilidades de salida: una para primeros de julio y la segunda un mes más tarde. Sin dudarlo, le dije que contara conmigo para la primera.
Los meses fueron pasando pero la gente no terminaba de apuntarse a ésta interesante actividad, por lo que no se formaba el grupo necesario para que Pablo pudiera realizarla. Ya la daba casi por descartada cuando un día del mes de mayo, a través del teléfono, escuché la voz de Pablo que me decía:
– ¡Prepara las cosas que nos vamos al Ararat!
Mi alegría fue grande e inmediatamente comencé a gestionar toda la documentación necesaria y a ponerme físicamente a punto. Así que, cuando llegó el día de la partida, había realizado una buena y variada actividad montañera, por lo que me encontraba bien preparado tanto física como anímicamente.
El día 3 de julio partimos en coche hacia Madrid, pues ningún transporte público nos encajaba con los horarios de salida o regreso, para coger el avión rumbo a Estambul. El vuelo parte pasada la medianoche y lleva algo de retraso. Durante el trayecto trato de dormir todo lo que puedo puesto que el día se presenta largo. A las 04.30 hora española (05.30 hora turca) aterrizamos en la hermosa ciudad del Bósforo, Estambul, límite entre Europa y Asia Menor. Tenemos que recoger nuestros equipajes y pasar los trámites de aduana antes de trasladarnos a la terminal doméstica para poder facturar nuevamente en el vuelo que nos llevará a la ciudad de Igdir, situada al noroeste de nuestra montaña. Como no embarcamos hasta las 10 de la mañana tratamos de buscar un acomodo que nos permita dormir un buen rato, lo que hace que la espera sea mucho más llevadera. Llega la hora del embarque y me sitúo feliz en mi asiento, ubicado en el centro de una fila de tres. El avión se va llenando poco a poco cuando veo venir por el pasillo a un hombre alto y sumamente corpulento; o, dicho más correctamente, superobeso. Avanza con dificultad por el pasillo y cuando llega a mi altura mira el número de fila y trata de acomodarse junto a mí. A su amplio cuerpo y monumentales nalgas les cuesta entrar en el “reducido” espacio que le corresponde. Con fuertes movimientos logra comprimirlas y depositarlas en el sufrido asiento, a la vez que me comprime a mí, pues sus carnes salen por encima de los apoyabrazos. Me siento aplastado y atrapado, y no tengo escapatoria ya que el avión va lleno y no hay posibilidad de cambiar de asiento. A la hora de abrocharse los cinturones la azafata le trae un suplemento pues el normal no le llega ni de lejos. Menos mal que sólo son dos horas de vuelo. Cuando bajamos del avión siento un gran alivio y ahora comprendo lo que deben “sentir” las sardinas al salir de la lata.
Llegada a Turquía
En el aeropuerto de Igdir, pequeño pero bastante nuevo, nos está esperando Orhan, que es nuestro guía local. Habla perfectamente el castellano pues vive en Madrid aunque es natural de un pueblecito de la base del Ararat, en cuyas laderas creció. Es un joven de mediana estatura, más bien delgado pero fibroso y fuerte, de piel morena, curtida por las muchas horas pasadas en la montaña. Con sólo 15 años ascendió por primera vez a la cumbre del monte.
Cargan los equipajes en una furgoneta y nos ponemos en marcha hacia la ciudad de Doğubayazit, situada a 1.800 m de altura, justo en la base del monte por su vertiente sur.
La marcha por carretera nos permite ir observando el entorno por el que viajamos. Nos desplazamos por una extensa meseta que, al principio, es bastante árida pero, poco a poco, según nos vamos acercando hacia la montaña, que ya vemos en la lejanía con su casco de nieve blanca, se va volviendo más verde y van apareciendo rebaños de ganado pastando. En algunos lugares vemos a la gente segando la hierba con tractores bastante antiguos. En el camino hay pocos pueblos; en general, son pequeñitos y sólo al fondo, en la distancia, destaca Doğubayazit, a donde llegamos a las 13.45 .
Nos instalamos en el hotel Butik Ertur que está situado en las afuera de la pequeña ciudad. Es un hotel no muy grande, relativamente moderno, que tiene todos los servicios necesarios y donde el trato es muy familiar, lo que hace agradable la estancia.
El heterogéneo grupo está formado por 10 personas, de las que solamente cuatro nos conocemos de antes, al coincidir en la ascensión al monte Kilimanjaro. Lógicamente predomina gente de mediana edad, fuertes como robles. Cuatro superamos los 60 años pero nuestro espíritu y amor por las montañas sigue intacto. En su mayoría es gente curtida por años de actividad pero también hay personas verdaderamente fuertes y muy entrenadas. Con todo, desde el principio se respira un buen ambiente.
Pasamos la tarde en el hotel. Hay varias propuestas para ir a la ciudad pero Orhan da evasivas y disculpas de que con el ramadán está todo cerrado y no vale la pena salir. Captamos el mensaje de que no es conveniente andar por la ciudad y no insistimos. A la hora de cenar vemos un grupo de hombres, sentados a una mesa, que portan pistolas perfectamente visibles. Orhan nos dice que son policía “secreta”, -entrecomillo lo de secreta pues sus armas se ven aunque no se mire-. Durante la noche hemos escuchado algunos disparos y pienso que han sido tiros al blanco; también han pasado 2 ó 3 vehículos con sus sirenas puestas.
Aproximación y subida al Campo 1
A las 8 de la mañana del día siguiente estamos desayunando. Ya tenemos todo el material preparado para la marcha. Cargamos todo el equipaje en una furgoneta y nosotros nos acomodamos en la otra para realizar el corto trayecto de aproximación. Nos introducimos por una pista que pronto pasa a ser un camino por el que suavemente vamos ascendiendo. Cuando el camino se hace intransitable, para este tipo de vehículos, nos detenemos para comenzar la marcha a pie. Nos está esperando una recua de caballos que transportarán todo el material hasta el campamento. El proceso de cargar los animales se hace con rapidez, gracias a la habilidad y práctica de los arrieros. Nosotros, mientas tanto, disfrutamos viendo a los potrillos corretear al lado de sus madres, haciendo fotografías y embebiéndonos del paisaje que nos rodea. Estamos a unos 2.200 metros de altitud y el sol radiante ilumina la cúpula blanca que corona la montaña. Cuando todo está cargado y los animales se ponen en marcha, cogemos nuestras mochilas y comenzamos a caminar. Cada uno va a su ritmo, tranquilos. Yo camino despacio disfrutando del hermoso paisaje que me rodea. No hay prisa y la única preocupación es no perder de vista a los que me preceden, pues desconozco el camino que me llevará hasta el campamento.
El hecho de simplemente caminar es monótono y, para algunos, aburrido, más aún cuando lo haces solo. Hace años que aprendí a caminar conmigo mismo, embebido en mis pensamientos, observando el paisaje, mirando las flores que crecen a mí alrededor, etc. Cuando el terreno se vuelve más “delicado” simplemente me tengo que mantener concentrado en lo que hago, en el esfuerzo y en dónde debo poner el siguiente pie; no hay tiempo para divagar, todos los sentidos deben estar concentrados en lo que se hace. Procuro no pensar en “cuánto falta”, simplemente me centro en el siguiente paso y me voy fijando objetivos próximos, que voy alcanzando. El pensar en “cuánto falta” genera un cierto grado de estrés que influye en la sensación de cansancio.
El entorno es relajante, suave y uniforme, sin aristas ni cortados. Caminamos por pastos de montaña donde el ganado deambula libremente. Llegamos a un amplio rellano donde una familia de pastores tiene instalado su campamento de verano. Orhan los saluda efusivamente pues son casi familia. Nos invitan a tomar té que aceptamos gustosos y agradecemos su hospitalidad, pasando un buen rato compartiendo té y conversación con la amable gente.
Durante la subida sucedió una anécdota que Orhan recordaría al final del viaje. Como yo subía despacio, quedándome atrás, él pensó que no podía ni con las botas y se acerco a Pablo para decirle:
-¡Ese no llega a la cumbre!
Pablo le dijo:
– No lo creas que engaña.
Él, muy seguro, añadió:
-Te apuesto una cena de las mejores albóndigas kurdas.
Cena que por supuesto perdió. Ya al día siguiente, por la tarde, me decía:
-Tú me engañaste.
El ultimo día, al hacer un repaso en común de la ascensión, lo comentaba y nos decía:
-No me suelo equivocar, pero éste me engañó. Debía de estar confabulado con Pablo para ganarme la cena.
Alcanzamos el emplazamiento del campamento 1 donde ya está todo instalado y nuestros petates, en un montón, esperan a que los recojamos. Se encuentra situado a unos 3.200 m, sobre una campera, en el límite de los pastos. Un arroyo discurre por la cercanía de la tienda comedor y grandes bloques volcánicos marcan su limite superior. Aquí cada agencia tiene designado y reservado el emplazamiento de su campamento, por lo que nunca hay choques ni discusiones. Hay instalados varios campamentos más, pero están lo suficientemente separados entre sí para que no se molesten unos a otros.
El arroyo es ideal para un buen lavado. El agua fría revitaliza el cuerpo. Descubro que hay instalado un retrete, cerrado con una lona sujeta con cuatro postes; tiene agua corriente y todo, y está situado suficientemente apartado del campamento como para que no moleste y, a la vez, alejado del arroyo. Es una curiosidad muy útil e higiénica. El agua la captan en el arroyo y la traen por medio de una manguera, por lo que corre constantemente y hace que no haya detritus ni olores y, además, para los musulmanes, que no utilizan papel, les sirve para poder lavarse.
Todos nos encontramos bien y el ambiente es muy agradable. Al ponerse el sol la temperatura ambiental baja, pero la alegría crece poco a poco hasta formar una pequeña fiesta, en la que participan miembros de otros grupos cercanos. Los kurdos nos deleitan con sus canciones y bailes durante un buen rato. Luego, somos los extranjeros los que cantamos canciones de nuestra tierra. La diversidad étnica hace que la velada sea sumamente agradable.
Tras la cena, Orhan propone que mañana, en lugar de subir hasta el campo 2 y volver a bajar a dormir al campo 1, subamos al campo 2 y nos quedemos a dormir allí para intentar la cumbre al día siguiente. La propuesta no es mala pero tiene ventajas e inconvenientes y, aunque no es mal acogida, se inicia un debate sobre sus pros y contras. A favor tiene que es un ahorro grande de energía, ya que no es necesario subir, bajar y volver a subir al campo 2, sino que con una única subida se sigue hacia la cima. También, cómo todos sabemos, en un solo día que ascendamos hasta los 4.000 m nuestra aclimatación no mejorará gran cosa, por lo que el subir y bajar no nos aportará mucho beneficio en tan poco tiempo como estaremos en la montaña. El gran inconveniente radica en que si alguien no se encuentra bien tendrá que bajar al campamento 1 y perderá toda opción de subir a la cumbre. Este hecho genera una gran duda en el interior de cada uno de nosotros. Todos sabemos que por muchas veces que hayamos estado por encima de los 4.000 ó 5.000 m, nunca podremos estar seguros, ni sabremos cómo va a responder nuestro cuerpo en la siguiente ascensión. Esta duda hierve en el interior de cada uno y, sin decirlo claramente, todos deseamos probarnos antes, por lo que nadie acaba de pronunciarse ni a favor ni en contra. Tras un tiempo de debate, Pablo zanja el tema planteando que se mantenga el programa que tenemos establecido. Pienso que todos respiramos aliviados pues nos gustaba la propuesta de Orhan pero corríamos el riesgo de perder la cumbre.
Autor: Miguel del Monte
Ver continuación de: Ascensión al Monte Ararat (5.137 m) (II)
Ver actividad en la web: Ascenso al Monte Ararat